Uno de los analistas más importantes del momento habla sobre crisis y salidas.
FABIÁN MURO
El inglés John Lanchester estaba escribiendo una novela -ambientada en The City, el barrio financiero londinense- cuando sobrevino la crisis. Sus primeras señales fueron en Islandia, pero no tardó mucho en expandirse hacia partes claves del sistema financiero del Primer Mundo. La ola destructiva arrastró a bancos ingleses como el Northern Rock, y Lanchester dejó de lado la novela. "Primero intenté incorporar lo que estaba ocurriendo a la ficción, pero las explicaciones técnicas, los detalles, entorpecían la trama". Lanchester suspendió Capital -la novela que terminó a fines del año pasado- y escribió ¡Huy! Por qué todo el mundo le debe a todo el mundo y nadie puede pagar (Anagrama) que fue un best-seller tanto en su país como en Estados Unidos, donde también tiene una trayectoria como periodista y ensayista
-Usted empezó a escribir en 2008 y el racconto que hace de la crisis es una descripción de una situación muy sombría. ¿Sigue siendo así cuatro años después?
-Sí, aún es así, por lo menos en mi país. Lo que pasó aquí, además, es que llevó un tiempo que la realidad se asentara. A la gente le llevó un tiempo asimilar todas las consecuencias. Pero este no es un fenómeno global. A veces sigo la prensa china y los medios ahí siempre se refieren a lo que está ocurriendo en Europa y Estados Unidos como "la crisis financiera de Occidente". Y en América del Sur también es diferente, dado que siguen creciendo. Estas crisis se han repetido muchas veces en muchas otras partes del mundo. Lo diferente, claro, es que ahora pasó donde antes no pasaba: Estados Unidos y Europa.
-Ya que menciona América Latina: dos de las economías más importantes del continente -Brasil y Argentina- quebraron en la década de 1990. ¿Hay en la historia reciente latinoamericana lecciones para estadounidenses y europeos?
-Me parece que sí. Pero los políticos europeos están muy renuentes a verlas. La principal lección que deberíamos aprender de América Latina tiene que ver con entender una cosa: los poderes económicos del mundo siempre te dirán que el default es un daño irreparable y permanente, que es una catástrofe irreversible, que no hay salida. Y eso es exactamente opuesto a lo que ocurrió en América Latina. No solo es posible recuperarse: es necesario hacerlo. A veces, los gobiernos tienen que poner primero las necesidades de los ciudadanos antes que las necesidades de los mercados. Pero es una vieja ley del comportamiento humano: es mejor pedir perdón que permiso.
-Usted ubica el nacimiento de las finanzas modernas en 1973, con la publicación de un estudio de dos economistas estadounidenses, clave para el posterior desarrollo de las algunas de las más importantes herramientas financieras. A partir de ese momento, la brecha entre el lenguaje de la economía y el sentido común se ensanchó. ¿Qué se puede hacer para disminuir esa distancia?
-Se puede hacer un trabajo importante instruyendo a la gente en los principios que están atrás de estas herramientas financieras, los propósitos. Porque los detalles técnicos son muy difíciles de comprender, hasta para la mayoría de los propios gerentes y expertos del sistema bancario. Pero saber los principios de cómo un mercado debe ser regulado y los criterios sobre bajo qué condiciones debe operar un banco, es un derecho que deberíamos tener y sobre los cuales tal vez necesitaríamos tener una opinión.
-¿Y le parece que la opinión pública se ha formado una opinión instruida sobre esos temas luego de lo ocurrido?
-No. En términos generales, pienso que las instituciones financieras ganaron, salieron victoriosas de esto que pasó. Lo cual es aún más llamativo, dado lo mal que hicieron las cosas, del gran fracaso que tuvieron. Por otra parte, me parece que ya gastaron todo su capital político, además de que también gastaron los fondos de los Estados que las ayudaron. Si se produce otra crisis, será imposible para el sistema político evitar llevar a cabo una reestructura de este sistema y que debió haber sido realizada hace tres años.
-Usted argumenta que el principal error cometido por banqueros y políticos, como el Secretario del Tesoro de Estados Unidos, Alan Greenspan, fue evaluar de manera muy deficiente los riesgos. ¿Cómo es posible que eso haya ocurrido? Una de las razones por las cuales se les paga tan bien a estos expertos es, justamente, por la capacidad de evaluar adecuadamente los riesgos en los mercados.
-No es que "les pagan". Se pagan a sí mismos. Lo que ocurrió es que todos fueron prisioneros del mismo espejismo: que uno puede confiar sin reservas en el mercado. Y que aquellos que, como ellos, estaban encargados de evaluar todos los riesgos podían hacerlo de manera precisa, exacta. No era que uno podía confiar "en términos generales". O "casi siempre", sino siempre y completamente. Una fe ciega. Los mercados no son mágicos, no tienen poderes sobrenaturales. Los mercados son creaciones de los seres humanos, y por lo tanto no son perfectos. Pero en algún momento éstos se convirtieron en una suerte de íconos, en algo religioso y así surgieron frases que se repitieron incesantemente: "Desregular siempre tiene efectos positivos"; "Cuanto más poder le demos a los mercados, mejor van a regularse a sí mismos", y así sucesivamente.
-Otra cosa que usted discute es el concepto de deuda. "En el mundo empresarial, endeudarse no es únicamente positivo: es indispensable", escribe. Hay una corriente que promociona la idea de gestionar instituciones públicas como si fueran empresas, que de esa manera se gana en eficacia. Sin embargo, para esa misma corriente de pensamiento, una deuda en el sector público es anatema. ¿Cómo explica usted esta aparente contradicción en torno a endeudarse?
-La idea de que si el sector público se endeuda es malo pero que si esto se hace en el sector privado sería bueno, tiene un peso ideológico muy fuerte. Esa contradicción es como la paradoja que se constata en la cultura política de Estados Unidos, donde los más vehementes adversarios al derecho de abortar al mismo tiempo son los que con más pasión apoyan la pena de muerte. El binomio "deuda pública=mala, deuda privada=buena" no tiene una explicación racional. Son credos.
-¿O sea que para usted la política es importante, incluso en el campo de la economía?
-No incluso: es especialmente importante. No hay nada inherente al funcionamiento del mercado que sea natural. Repito: a los mercados los crea el hombre. Es el hombre el que pone las reglas, es el hombre que crea las distintas condiciones para que ese mercado funcione.
-Hubo una indignación muy grande cuando se conocieron los hechos que llevaron a la crisis financiera. Sin embargo, parecería que todo siguió más o menos como siempre. ¿Es correcta esa impresión?
-Sí.
-¿Y por qué eso no ha cambiado? ¿Por qué es imposible regular a los mercados?
-Porque por el momento, los políticos le tienen más miedo a los mercados que al electorado. Pero eso cambiará si se desata otra crisis, ya que no hay más goodwill para usar. Se consumió toda la "buena voluntad". ¿Se imagina usted cómo reaccionarían los votantes si en una nueva crisis la clase política les dijera "lo lamentamos mucho, no estuvimos bien, pero si nos dan dos trillones de euros, volveremos a hacer lo mismo que hicimos antes, cuando nos también nos dieron dos trillones para resolver aquella crisis"?
-Entonces, ¿cómo se mide la responsabilidad del sistema político en este lío?
-Como la de un sistema en el cual el fracaso de omisión se transformó en un fracaso de acción, si entiende lo que quiero decir. La postura de no hacer nada, al final, terminó siendo una acción, una medida. El sistema político le permitió todo al sistema financiero. Hasta 2008, podría defenderse esa postura. Ahora ya no.
-Uno ve lo que está ocurriendo en Grecia y piensa que quienes hoy gestionan y proponen las medidas para salir de la crisis que afecta a la Unión Europea estarían escondiéndose…
-Claro, es natural pensar eso. Pero no es el caso. Lo que pasa es que los gobiernos se desayunaron de hasta qué punto estaban endeudados, en el aprieto que estaban. Y el sector financiero tiene argumentos que, hasta ahora, han sido convincentes. El discurso hasta ahora puede resumirse así: "Este no es el momento para cambiar, para arriesgar. Hay mucho -demasiado- en juego". El sector financiero ganó también ese debate. La palabra default causa pánico entre políticos. Y para mí es al revés. No hacer nada solo empeorará las cosas.
-¿Qué implicancias tiene esta crisis para la democracia europea?
-Esa es la pregunta. ¿Cuán democrático puede ser un país si su gobierno no ha nacido de las urnas, como ha ocurrido en Grecia e Italia?
-¿Estos hechos pueden amenazar la existencia de la Unión Europea?
-Me parece que sí. En los próximos años, creo que se agudizará el enfrentamiento entre la calle y el sector financiero. Será un conflicto que será cada vez más crítico a medida que las medidas de austeridad empiecen a sentirse.
-¿Y cómo es la situación en Inglaterra?
-Acá también se han aplicado medidas de austeridad. Pero la situación inglesa es un tanto diferente, porque imprimimos nuestro propio dinero. Podemos devaluar, y ya lo hemos hecho.
-¿Eso ha dado resultado para empezar a salir de la crisis?
-Si Grecia o Italia tuviesen su propia moneda y no euros, cuyo control está en Alemania, ya hubiesen devaluado. Si bien tenemos problemas, los ingleses tenemos más flexibilidad. Aunque tengamos muchos obstáculos, no son tantos como el resto de los europeos. Muchos en la Unión Europea nos ven y piensan que sería mucho mejor no haber adoptado el euro. Y en los países más al norte miran hacia el sur, hacia el Mediterráneo, y protestan contra algo que no es correcto. Hay una extendida creencia que ellos pagan por la vagancia y falta de iniciativa de los países de sur, y eso no es así. Se trata de un estereotipo que ha sido repetido y amplificado a un volumen increíblemente alto, en particular en Alemania.
SOBRE EL ENTREVISTADO
Analista célebre
Nació en Alemania, creció en China y se educó en Inglaterra. Su padre fue gerente de un banco y el propio Lanchester explica que esa es una de las razones por las cuales las finanzas forman parte de su mundo. Varios de sus artículos para London Review of Books tratan sobre los vaivenes del dinero y el impacto que tienen las decisiones de aquellos que se ubican en la cima del complejo entramado global financiero. El currículum de Lanchester en el periodismo anglosajón es un recorrido por algunas de las más prestigiosas publicaciones, tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos. Granta, The Observer, The Guardian, y London Review of Books -donde es uno de los editores- son algunos de los medios para los cuales ha trabajado en Inglaterra. En Estados Unidos, su firma aparece regularmente en New Yorker y The New York Review of Books. El libro ¡Huy!... fue publicado en 2010, cuando las devastadoras pérdidas de bancos, fondos de inversión y otras empresas habían sido asumidas por los contribuyentes de muchos países de la Unión Europea y Estados Unidos. La mesura y la lucidez con la cual Lanchester explica cómo se llegó a una situación calificada como "catastrófica" seguramente sea uno de los fundamentos para que ¡Huy! se ubicara entre los más vendidos de la lista elaborada por el New York Times, y figurara como uno de los libros del año para la cadena de noticias Bloomberg. Aunque últimamente retomó su faceta de novelista con la edición de Capital -también publicó otras, como Una historia familiar y El puerto de los aromas- su capacidad de desentrañar los sinuosos recorridos del dinero es una de las señas de identidad de este inglés, que abre ¡Huy!, con una cita de John Maynard Keynes: "Cuando el desarrollo del capital de un país se convierte en un subproducto de las actividades de un casino, es probable que el trabajo se haya hecho mal".
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